Lobo Antunes en El orden natural de las cosas
Notas recogidas de este gran libro. Ahí van:
Hasta los seis años, Iolanda, no conocí a la familia de mi madre ni el olor de los castaños que el viento de se ptiembre traía de la Buraca, con las ovejas y los chivos que trepaban la CalÇada en dirección al cementerio abandonado, arreados por un viejo de boina y por las voces de los muertos.
...Iolanda, mi amor, domingo de mi vida, te quiero. Te quiero y creo, tengo la pretensión de creer, que entiendo tu impaciencia, tus irritaciones repentinas, tu alternancia de inteligencia y estupidez, de abandono e ímpetu, de inocencia y de malicia, que entiendo tu resistencia a hablar, tus arranques infantiles, tu asco de mí...
.....Iolanda, te quiero. Te quiero en tu imposibilidad de comer dulces que transformas en una decisión personal, en una deliberación activa, quiero las pupulas que comienzan a empañarse con cataratas, los riñones que sufren en silencio, la protesta del páncreas. Te quiero con la infinita, extasiada piedad de la pasión, te quiero cuando sudas en tu sueño, y yo bebo cada gota de ti recorriéndote poro a poro con la avidez de la lengua....
Enseñar es cuestión de responsabilidad
Creo que hasta el sonido de mis pasos y las arias del gramófono son una forma de silencio, y que el ruido se inicia en el instante en el que las personas se callan y oímos los pensamientos moverse dentro de ellas como las piezas, que intentan ajustarse, de un motor averiado
Como no conseguía salir las amigas me visitaban después del almuerzo, ocupaban los sofás, traían sillas del pasillo y del comedor, y conversaban en un tono más agudo que el habitual, de súbito optimistas y alegres y llenas de planes de futuro que me incluían, y yo las imaginaba respirando hondo en el rellano como actores a punto de entrar al escenario para una comedieta de felicidad y esperanza que ninguna de nosotras poseía, ansiosas con su propio sufrimiento, con su propia vida, y, como en edad estaban muy cerca de mí, interrogándose sobre la forma que la muerte elegiría arrastraslas consigo, implorando Dios mío un cáncer no, como si Dios se tomase el trabajo de confeccionar agonías personales a la manera de los sastres que confeccionan ropa a medida, en vez de barrernos con un gesto distraído como insectos incómodos.
Hasta los seis años, Iolanda, no conocí a la familia de mi madre ni el olor de los castaños que el viento de se ptiembre traía de la Buraca, con las ovejas y los chivos que trepaban la CalÇada en dirección al cementerio abandonado, arreados por un viejo de boina y por las voces de los muertos.
...Iolanda, mi amor, domingo de mi vida, te quiero. Te quiero y creo, tengo la pretensión de creer, que entiendo tu impaciencia, tus irritaciones repentinas, tu alternancia de inteligencia y estupidez, de abandono e ímpetu, de inocencia y de malicia, que entiendo tu resistencia a hablar, tus arranques infantiles, tu asco de mí...
.....Iolanda, te quiero. Te quiero en tu imposibilidad de comer dulces que transformas en una decisión personal, en una deliberación activa, quiero las pupulas que comienzan a empañarse con cataratas, los riñones que sufren en silencio, la protesta del páncreas. Te quiero con la infinita, extasiada piedad de la pasión, te quiero cuando sudas en tu sueño, y yo bebo cada gota de ti recorriéndote poro a poro con la avidez de la lengua....
Enseñar es cuestión de responsabilidad
Creo que hasta el sonido de mis pasos y las arias del gramófono son una forma de silencio, y que el ruido se inicia en el instante en el que las personas se callan y oímos los pensamientos moverse dentro de ellas como las piezas, que intentan ajustarse, de un motor averiado
Como no conseguía salir las amigas me visitaban después del almuerzo, ocupaban los sofás, traían sillas del pasillo y del comedor, y conversaban en un tono más agudo que el habitual, de súbito optimistas y alegres y llenas de planes de futuro que me incluían, y yo las imaginaba respirando hondo en el rellano como actores a punto de entrar al escenario para una comedieta de felicidad y esperanza que ninguna de nosotras poseía, ansiosas con su propio sufrimiento, con su propia vida, y, como en edad estaban muy cerca de mí, interrogándose sobre la forma que la muerte elegiría arrastraslas consigo, implorando Dios mío un cáncer no, como si Dios se tomase el trabajo de confeccionar agonías personales a la manera de los sastres que confeccionan ropa a medida, en vez de barrernos con un gesto distraído como insectos incómodos.
1 Comments:
caballerodetauro ese libro me llego como un puño en el rostro y senti como si me hubiese dado en una parte importante, a pesar de causarme dolor fisico, muy buenas las citas que escogio.
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