07 enero 2009

Metáforas de la vida. El Principito

O mejor dicho, Le Petit Prince. Suena realmente bien cuando se pronuncia en francés. Da gusto leer a veces historias tan sencillas (aparentemente), ver ilustraciones y volver a esa época en la que éramos pequeños y los dibujos eran muy importantes para hacernos una idea más clara de lo que estábamos leyendo. Sin esas ilustraciones, ahora nos sería muy difícil construir mentalmente los personajes y escenarios de los relatos que leemos. La historia del Principito es, aparentemente sencilla: cansado de los reproches de su rosa decide explorar otros planetas. Se encuentra con el rey, luego con el vanidoso, pasa por el borracho y luego por el hombre de negocios; llega hasta el farolero y finalmente en el penúltimo planeta se encuentra con el geógrafo. Éste último le recuerda viajar a la Tierra, donde se topa con nuestro narrador después de algún que otro encuentro con sabios zorros, y le relata todo lo vivido. Pero no sólo eso: el Principito le escucha y le comprende, llega a ver lo que las personas grandes no ven, y eso, para el narrador, es importante. Ambos han encontrado un amigo.

Fotografía de Nicholas Wang Leyendo este libro, uno se da cuenta de que ya no es un niño, que ha perdido la inocencia y la mirada limpia de la que gozaba, que solo lo importa lo material y que la imaginación queda relegada a un lejano segundo plano, a no ser que de dinero y poseer más se trate. Hemos dejado de ver las cosas con el corazón, nos perdemos en detalles demasiado técnicos pero damos de lado otro más importantes. Consideramos mejor cantidad que calidad, cuando en gran parte los casos debería ser al revés. Claro que esto no es siempre así, pero el hacerse mayor y el tener que enfrentarse en este a veces mundo de hienas hace que seamos como a veces somos.
A través de los personajes que El Principito va conociendo, conocemos distintos detalles de los defectos y miserias del ser humano: avaricia, necesidad de reconocimiento, narcisismo y egocentrismo, necesidad de poder y poseer etc.... La historia del borracho es quizás de las más tristes, bebe para olvidar, para olvidar que tiene vergüenza, vergüenza de beber. ¿Hay palabras? No, es difícil salir de esos círculos viciosos, somos cobardes por naturaleza, y nos faltan un par para enfrentarnos a nuestros problemas en muchas ocasiones.


¿Y el zorro qué? Qué grande es ese animalejo. Aquí el mito tan despectivo que se tiene de él se olvida porque, con mucha astucia, nos recuerda que nosotros hacemos a las cosas y a las personas especiales, que la amistad es importantísima y que, y transcribo literal: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. Me quedo con eso, intentaré usar menos la cabeza y la razón. ¿Será posible?

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Qué gusto compartir contigo el gusto por tan hermoso texto, Alde. Un abrazo desde México.

4/6/13 16:36  

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