08 enero 2009

Sentado abrazado a mis rodillas. Sucio, maloliente, cansado...

Tiene que ser duro verte abandonado como un perro, siendo adolescente tener que enfrentarte a situaciones que ni muchas personas adultas sabrían cómo sobrellevar. Sacarse las castañas del fuego, en pocas palabras. Estos días terminé de leer Arrancad las semillas, fusilad a los niños (Kenzaburo Oé), en la que relata la vivencia de quince adolescentes internos de un reformatorio enviados durante la guerra a una aldea perdida en las montañas. A su llegada, no son recibidos especialmente bien. Según el alcalde, por ejemplo, son escoria, malas hierbas que habrían de arrancarse nada más salir.

La casas parecían dormidas. Pero, aunque las puertas estaban cerradas, nos dimos cuenta de que la gente nos espiaba, pues ojos curiosos aparecían en las rendijas de las puertas y los resquicios de las ventanas, y bajamos la vista para ignorar sus miradas. Los perros nos ladraban.



Pero, al poco de estar allí, son abandonados a su suerte por sus habitantes debido a una epidemia. A partir de ahí estos chicos, comandados por el narrador-protagonista de la historia, su hermano pequeño y Minami (el que siempre tiene la última palabra), tienen que vivir sin ninguna autoridad, y al revés que nos pensamos, éstos se ven perdidos. Sin nadie que les pegue, les insulte o les desprecie no saben cómo comportarse y como empezar a subsistir. Descubren que no es fácil, se sientan, se abrazan a sus rodillas y dejan pasar horas muertas sin saber qué hacer. No tienen vigilancia, pero estan solos en medio de una aldea en la inmensidad de las montañas.

El cansancio, la indiferencia y la falta de energía moral para soportar aquella situación eran las principales manifestaciones del estado de ánimo que se había apoderado de nosotros.


Ilustración de Ángel Jové

La historia es realmente triste, y el final más todavía. Asistimos en cada una de las páginas del libro a la inocencia perdida, al desprecio más absoluto y a la violencia contenida en su estado más alto. Estos chicos son niños, y estan aprendiendo a madurar a base de hostias, y hablo en sentido literal. Se sienten perros, pero también se sienten personas, y son muy maduros en ocasiones. Saben que se les quiere engañar, y que tienen que tragar, que tienen que aceptar las cosas tal como vienen. ¿Qué hacer cuando eres considerado escoria? ¿Cómo actuar? La vida es muy dura.
Pero al margen de todo lo malo, es también una historia muy bonita, de cariño, apoyo y alegría. De hermanamiento y ayuda mutua. El amor es en ocasiones confuso en todos los sentidos, el caso es sentir, venga de donde venga.
Finalmente el final decidido por Oé es determinado por el miedo y la necesidad. Es lógico. Al fin y al cabo, son seres que necesitan comer, y vivir, sea de la manera que sea.

6 Comments:

Blogger Angéline said...

Cuando lo leí, pensé que en este libro la palabra infancia pierde su contenido temporal (edad) para definirse como la parte de la inocencia que queda de ese período. Y es brutal no ser absolutamente nada en la consideración de los demás. Recuerdo que cuando terminé la última hoja y cerré el libro me cayeron las lágrimas. Fue un instante terrible en el que tuve que imaginar que se encontraban en alguna dimensión, que la pérdida terminaba en rescate. Será porque soy madre. Un beso.

9/1/09 18:17  
Blogger XoseAntón said...

No lo leí, Alde, pero ninguna edad es buena o compatible con la soledad; más cuando se es adolescente en busca referencias.

Un abrazo

10/1/09 19:03  
Blogger El Alde said...

Angéline, ¿qué sucedería después del final del libro? Yo pienso como tú, quiero creer que le rescataron, que viviría bien y que madurara, que su vida desde ese momento en adelante fuera "buena".

Un beso

13/1/09 12:16  
Blogger El Alde said...

Xosé, te aconsejo que lo leas. Es brutal toda la historia y es realmente bonita la fraternidad de los chicos.
Un abrazo

13/1/09 12:17  
Blogger Angéline said...

Yo necesité pensarlo y de alguna forma lo "recuerdo" así.

Empezamos el lunes con Iván Thays, ¿no? Me hace mucha ilusión que leamos juntos Princesa, tú y yo. Tiene gracia. Me acuerdo cuando escribimos el cuento de Marte. Y antes el de Susanne. Decía que le venía bien distraerse un poco de su novela. Et voilà! Por cierto que Aldal era un amigo mío de Coruña. Cuando se unió al cuento de Marte lo vió facilísimo. Su intervención era el cierre y una noche me dijo en un pub que no era capaz de hacerlo, y ahí nos dejó. Qué se le va a hacer. Un beso.

15/1/09 00:06  
Blogger El Alde said...

El lunes con Thays, perfecto. A mí también me gusta mucho que leamos juntos, y será mejor que cuando nos pusimos con Corre Conejo, porque yo que ya empecé en su día con el libro, te digo que está bastante bien.
No me acordaba ni de Aldal, es más tengo un recuerdo tan vago que mi mente todavía no creo que ni sepa que existió. Solo recordaba que el cuento no lo pudimos terminar, pero no recordaba el por qué.

Un beso

15/1/09 12:45  

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