Termino ayer de leer la primera parte de la
Trilogía de Nueva York, Ciudad de Cristal. Otro gran acierto de Auster este libro; aunque ya conozca su manera de escribir, sus auto-conversaciones metafísicas, me sigue sorprendiendo. Nuevos giros impredecibles, conexiones extrañas y manejos pecualiares de los personajes he descubierto en lo que llevo de libro, y aunque arriba haya dicho que Auster me sigue sorprendiendo, entro en contradicción y me doy cuenta de que no me sorprende tanto que Auster me sorprenda. Conociéndole, todo es posible.
En este primer cuento de los tres que componen el libro, el escritor Daniel Quinn, el cual perdió hace unos años en accidente de avión (qué casualidad, como en
"El libro de las ilusiones")a su hijo y a su mujer, y que lleva un tiempo escribiendo libros de detectives bajo un pseudónimo, conservando al 100% su anonimato, recibe una llamada extraña: preguntan por Paul Auster, sí, el detective. Decide, tras unas cuantas llamadas por parte del interlocutor, adoptar la identidad de Auster, el detective. Así se ve envuelto en un caso extraño detectivesco. Y ahora es cuando me hago una pregunta, ¿cómo le confundieron con el detective que él no era? ¿Hubo un cruce de líneas? No sé si tras leer los dos cuentos siguientes del libro descubriré la verdadera razón. Además... ¿por qué decidió aceptar el caso y adoptar otra identidad? ¿Qué razón le movió? Preguntas abiertas son éstas a las que espero encontrar respuesta al finalizar la Trilogía al completo.
La historia se desarrolla como una mezcla bien licuada de género policíaco y esas auto-convesaciones con tintes metafísicos de las que hablaba antes, justo como él sabe.
A partir de aquí,
mejor no leer si no queréis que os fastidie el libro. Finalmente, Quinn ya no es Quinn, se ha convertido de una manera completa e irreversible en Paul Auster, el detective, tomando sus notas en ese cuaderno rojo (cuaderno azul en la
Noche del Oráculo, sigue demostrando que hay elementos comunes que nunca cambian, cosa que no es mala). Pero la historia no sale como él esperaba, y se pregunta si ha merecido la pena hacer todo esto. Entonces es cuando el narrador discierne:
Era el destino, entonces. Pensara lo que pensara, por mucho que deseara que fuese diferente, no podía hacer nada al respecto. Había dicho que sí a una proposición y ahora era impotente para deshacer ese sí. Lo cual significaba una sola cosa: tenía que seguir hasta el final. No podía haber dos respuestas. Era esto o aquello. Y era así, tanto si le gustaba como si no.
Es en ese momento en el que Quinn decide lo que tiene que hacer. Meses se pasa mirando desde un callejón el edificio de su cliente, vigilándole en silencio por su seguridad, casi sin comer, quedándose su dinero, olvidándose de su aseo, olvidándose realmente de quién era él, mirando y mirando un edificio de Nueva York, como pudiera ser éste:
¿Y todo para qué? Tarde Quinn, muy tarde te enteraste de que la persona que acechaba a tú cliente se había suicidado. Y ahora no sabes ni donde está ese cliente tuyo, ni te has enterado de que han realquilado el piso en donde vivías. ¿Lo dejaste todo por ser Paul Auster? ¿Por qué? Si ni siquiera sabes si esta historia ha sido real.
El final, sin duda, me ha proporcionado una buena dosis de buenas sensaciones, valga la redundancia. Era algo que a Auster le fallaba, eso de escribir finales le costaba, en libros como La Noche del Oráculo se veía como no sabía darle el finiquito ideal a las historias. Pero en Ciudad de Cristal, esa profecía no se cumple. Ha sabido dotar a la finalización de la historia de un giro impredecible: la de un amigo de Paul Auster (el personaje del libro), al que éste le da el cuaderno rojo de Quinn, y de donde saca la historia. Y ahora va otra autopregunta, ¿Qué le sucede al final de Daniel Quinn?.
Me parece, además, impresionante la idea de meter en la historia a un personaje que se llama igual que él, Paul Auster. ¿Querrá eso decir algo? ¿Lo descubriré en los dos relatos siguientes? Y lo más importante, ¿no estáis ya hartos de mis autopreguntas?
Gran primer cuento y gran final que demuestra que Paul Auster SÍ sabe escribir finales buenos. Esperemos que las dos siguientes partes, "Fantasmas" y "La habitación cerrada", sigan la buena racha de buena literatura que desprende este escritor con cada uno de sus libros.